El Cister tiene una especial vinculación con el escultor Pedro de Mena y Medrano, no sólo porque tenía su taller en la misma calle, si no por el ingreso de dos de sus hijas en este convento. Por tanto, no es de extrañar que eligiese esta iglesia conventual como lugar de enterramiento, pidiendo expresamente que su sepultura se hallase en la entrada. Tras la demolición de la Iglesia, la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo trasladó sus restos a la Iglesia del Santo Cristo de la Salud, donde permanecieron más de 120 años hasta que, en 1996, regresaron definitivamente a la Abadía de Santa Ana.